Sobre España y el español
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Sobre España y el español
(Texto de Antonio Martínez Alcalá)
Geografía
Es un mini continente.
Con su propia placa tectónica.
España, pues, no se puede considerar estructuralmente como un país, es más bien un pequeño continente.
En él tenemos desiertos, estepas, sabanas, climas continentales templados y extremados, oceánicos, mediterráneos, de alta montaña. . . La variedad climática es impropia de un país de poco más de 500.000 Kilómetros cuadrados.
Si contabilizamos las especies endémicas contemplamos que mientras Inglaterra tiene 15, Alemania 6 o Escandinavia 8, en nuestro territorio se dan más de 1100.
Nombre
¿De dónde procede el nombre de este país: Hispania?. Concepto que tiene que ver con la denominación con la que los romanos la bautizaron y a la que, escritores latinos, la vincularon en su significado con “tierra de conejos”, como así lo hicieron Catulo, Catón el Viejo y Plinio el Viejo, en realidad se trataba de “damanes”, animal africano parecido al conejo.
Su raíz no latina sugirió a los investigadores la posibilidad de una procedencia fenicia de I-SPAN-YA.
Cándido Trigueros es 1767, quiso encontrar para el vocablo SPAN (sphan en hebreo y arameo) como significado real entre los fenicios el de “Tierra del Norte”, puesto que para los fenicios que llegaron por el S. podía considerarse como Tierras del Norte.
Pero SPY en fenicio, raíz de la palabra SPAN, también significa batir metales. Y es precisamente esta aceptación de I-SPAN-YA, como “tierra donde se forjan los metales”, la que ha ganado más adeptos.
En 1927 apareció otra teoría, aquella que le da una procedencia íbera, entendiendo Hispania como una distorsión de la nativa Hispalis que, partiendo del nombre de la ciudad más populosa de la península en aquellos momentos, por extensión, fenicios y romanos la generalizaron a todo el territorio.
Por su parte los griegos denominaron a las tierras por debajo de los Pirineos con el nombre de “Península Ophiusa”, que sorprendentemente significa “tierra de serpientes”, frente a los romanos que la calificaron como “tierra de conejos”.
Cunchillos autor de una “Gramática Fenicia Elemental”, mantiene otra posibilidad que, si bien cita la raíz “spn” como conejo o quizás tejón, a continuación añade que la composición “i+zpn-ya”, se puede traducir como “costa de forjas”, o “costa de forjadores
Todo esto para significar que el nombre de la península es algo independiente de lo político geográfico, es igual de absurdo decir que un húngaro no es europeo como que un gallego o un catalán diga que no es español
Por eso hay que distinguir, desde luego, entre geografía y nación.
Cuando Orosio dice que Braga o Barcelona son ciudades españolas, se está refiriendo exclusivamente a un término geográfico.
Pero cuando quiere hacer balance de la crueldad romana y pregunta ¡edat Hispania sententiam suma! (¡qué de España su opinión!), indudablemente el hecho geográfico cobra un significado diferente.
Para Prudencio son hispanos las gentes que ocupan la tierra de Iberia, dado que, su pertenencia a ella resulta necesaria como consecuencia de una ubicación perfectamente definida en un territorio concreto.
NACIMIENTO DE ESPAÑA
España es y se hace gracias a la invasión musulmana.
Que, si antes ha podido ser una realidad geográfica e incluso administrativa, nunca había sido una entidad nacional.
En el intervalo en que todo parece frustrado aparece –salido de la nada- el concepto de la “España perdida”. Motivación que impulso la Reconquista.
Algo inventado que nunca ha existido.
El sentimiento de unidad –en consecuencia- aparece en la península desde el mundo del pensar.
Como utopía surgida en el universo de las ideas.
Y esa imagen, por su propia naturaleza, es universal.
Y, además, germina en todos los lugares en los que van a manifestarse los futuros reinos de España.
Esta apreciación es tan irrefutable que basta acudir a las crónicas de la época para comprobarlo. La idea motriz es compartida por todos sin excepción.
El punto de partida es la unidad de pensamiento.
Cada reino comienza su específica reconquista de España; hasta que, llegado un momento, por agotamiento o por choque de intereses con otros reinos, la dan por
terminada.
Y esa es su España -una más de las Españas-. Su forma particular de entenderla.
Desde esa cualidad característica de percibir lo manifiesto aparece un concepto singular que identifica al individuo con ese espacio.
Así pasamos desde un juicio universal abarcante y compartido a otro específico y exclusivo de una de las partes.
¿Y esto es negativo?
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En principio no. Ya que con respecto al conjunto aparecen las distintas formas de entender España. Cada cual la suya.
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En realidad, son como los órganos de un cuerpo que sumados crean algo de un orden superior.
¿Más, cuándo empieza el problema?
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Se enquista en el mismo momento en que pasamos del pensar al sentimiento.
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Del concepto universal al singular y, haciéndolo el centro de nuestras aspiraciones, lo sacralizamos.
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En ese preciso instante aparece el egoísmo identitario. Tanto el centralista como el periférico
CÓMO SE FORJARON LAS ESPAÑAS
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Menéndez Pidal ya nos habla de las notables diferencias que existieron entre los distintos reinos que aparecieron en la Reconquista.
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Las Españas no se pueden explicar más que en la disparidad.
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España sólo se puede encontrar en ellas y a través de ellas.
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Lo primero que tenemos que tratar antes de entrar de lleno con la Reconquista es hablar de la España que pudo ser.
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Las posibles trayectorias existen y, entre ellas, hay que seguir una; en algunas ocasiones querida y en otras impuesta por las circunstancias; de ellas y en ellas aparecen los
proyectos, y una nación existe mientras está presente el proyecto.
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Muere, aunque aparentemente siga viva e incluso lozana, cuando su proyecto ha concluido y las nuevas generaciones se ven incapacitadas para construir uno nuevo.
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Y la España que pudo ser, si no hubiera mediado la Reconquista, quizás hubiera sido muy diferente a la que hoy conocemos.
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Si hacemos caso a la propiedad geo-formativa que reina en la península que se concreta en formaciones paralelas –dirección E.-O o O-E- en una sucesión montaña-rio, espacio
habitable, montaña-río, espacio habitable, montaña-río. . .
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Teniendo en cuenta que, en aquellos momentos, si las montañas aún eran superables no ocurría lo mismo con los ríos; y, si, además, a la dificultad de un río le sumamos una montaña contigua, las regiones peninsulares habrían medrado en esas franjas horizontales en unas formas, maneras y variedades muy diferentes a las de los reinos tal y como hoy los conocemos.
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La verticalidad en la expansión de los reinos se la da la necesidad de la Reconquista.
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Por eso hablar de naciones en la península –antes de la Reconquista- es una osadía.
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El Camino de Santiago, en torno al cual se gestó Europa, fue fuente de llegada de muchas gentes que provenientes del otro lado los Pirineos se instalaron en España.
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Gentes de aluvión venida de todas las partes de Europa, gentes que, en sus localidades, a lo largo de toda su vida, no se habían movido en un radio mucho más allá de 20 Km, ahora en su peregrinar se reconocen y, aquellos que vuelven, hablan de las gentes encontradas en el Camino... las gentes de Europa empiezan a reconocerse... Europa, en el encuentro, comienza su existencia... precisamente en España. Tierra de encuentros...
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Estos (extranjeros que se quedaron en la península) fueron parte importante de los primeros colonos que repoblaron las zonas de conflicto (allá en la Extrema Dura).
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Esta situación, el que muchos se quedaran en la península, se vio favorecida por el hecho de las libertades que se daban en nuestro país inéditas en el resto del continente.
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Al contrario de lo que ocurría en el resto de Europa, por esta anómala circunstancia (la Reconquista), el feudalismo no prosperó en Hispania y, el hecho de depender directamente del rey y el estar protegidos por los fueros de las ciudades, en lugar de obedecer directamente las veleidades de un señor cercano, daba a los hombres una libertad que no era conocida en el resto del continente.
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Así que no era difícil en las ciudades españolas de la época encontrarse con barrios enteros de alemanes, franceses, judíos, mozárabes. . .
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Y es precisamente en este cuadro de variopintas lenguas que necesitan comunicarse cuando la Koiné, el “pidgin” vasco es adoptado como lengua vehicular, porque no siendo de nadie es de todos, y en él pueden entenderse con relativa facilidad.
NACIMIENTO DEL ESPAÑOL
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En este contexto, en un principio la situación era complicada para los vascos, dado que no podían entenderse con quienes les rodeaban.
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El sesquilingüismo fenómeno por el cual las gentes pueden entenderse, por afinidad entre las lenguas, entre aquellos que hablan diferentes idiomas, es imposible para los vascos, cuya lengua no es de raíz latina.
¡Algo tenían que hacer! ¿Qué fue, entonces, lo que argumentaron?
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Desarrollaron una Koiné.
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Modernamente diríamos que desarrollaron un “pidgin”.
¿Pero qué es un “pidgin”?
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En el Mar de China se produjo, durante el XIX un hecho interesante.
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Cuando los chinos quisieron iniciar contactos comerciales con los británicos, se vieron en la necesidad de crear una jerigonza de contacto.
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Pues bien, tomando como base el inglés y su propia habla, introdujeron un tipo de idioma tosco y primario, pero suficiente para entenderse y ser vehículo de comunicación para los intercambios comerciales (“pidgin”). Esto es en realidad lo que hicieron los vascos para lograr entenderse con sus vecinos, pero eso sí, unos cuantos siglos antes que los chinos. Crearon una Koiné. Estas formas son las que se están extendiendo por Castilla, León y Navarra y son las que –por su versatilidad- facilitan la propagación de este nuevo idioma que ha surgido en el encuentro. Tan es así que las “Glosas Emilianense” (Gonzalo de Berceo), aunque en sus márgenes hay anotaciones en euskera -lengua propia del autor-, ya están escritas -como modo de acercarse a todos- en el nuevo idioma. También la gran epopeya del “Mío Cid” está escrita en la misma habla que comienza a consolidarse y a ser aceptada por las mayorías como vehículo válido de comunicación. Aunque, todo hay que decirlo, esta habla sólo era propia –en principio- de la zona centro peninsular, desde el Ebro hasta los límites del León con Galicia, más luego y rápidamente se extendió por toda la península. Y esto es muy importante -que se lo apunten los intolerantes- este lenguaje no destruyó como ocurrió en el resto de Europa a las lenguas nativas que, en su orgullo nacional, eliminaron a las subsidiarias (como ocurrió por ejemplo en Francia), sino que convivió apaciblemente con ellas. Y esto porque el español, de alma vasca y de sentimiento universalista no era un idioma al uso. . . no estaba poseído por la voracidad nacionalista y, por ello, fue adoptada por los judíos –sigue siendo la lengua de los sefardíes- desde Toledo y Extremadura hasta Cataluña. Otra gran paradoja, consecuencia de la inexactitud en que vive la historia, y que hay que recuperar para ir restañando las heridas, es que el español existe antes de que sea adoptado como vehículo oficial de Castilla. Es decir, el español no es consecuencia del castellano, sino al contrario, de un español ya generalizado aparece el castellano. ¿Y cómo ocurre esto? Sencillamente acontece, como en otras grandes tergiversaciones de la historia no entendida o malentendida de forma premeditada, cuando el rey Alfonso X el Sabio normaliza gramaticalmente ese idioma de la calle. Esta intervención es juzgada –de forma incorrecta- como el nacimiento regulado del idioma castellano, algo que, sin dejar de ser cierto, no es toda la verdad. A continuación, lo cómodo, sin entrar en más complicaciones, es darle a esa habla el nombre del reino del soberano que hace esa apuesta. Y todo eso sin quitar ninguna importancia a la aportación decisiva de Castilla en la consolidación, esplendor y regulación de ese idioma. Pero amigos esa lengua ya se hablaba, antes de que esto ocurriera, en casi toda España.
Otro gran error no subsanado, y cargado a las espaladas de un idioma supuestamente invasor, es el sambenito de que el español terminó con las lenguas autóctonas en América. Nada más lejos de la realidad, cuando suenan los clarines de independencia a partir de 1812 en las colonias, el español sólo era hablado por un 10% de la población sudamericana. Solamente cobrará carta de naturaleza y se extenderá por todo el continente cuando en las constituciones independentistas, no olvidemos que los revolucionarios crecían en el espíritu de los antiguos comuneros, como vehículo de unión entre poblaciones tan variopintas se toma el español como centro de referencia. Hasta entonces, sin conflicto -¡no olvidarlo!-, había convivido pacíficamente con las lenguas locales. Y estas eran tantas que los frailes, que no imponían el español, sino que aprendían los dialectos locales, comentaban desesperados que, cada veinte leguas, cambiaba el idioma. Tan sólo en los dos grandes imperios el Inca y el Azteca había dos koinés, el quechua y el náhualt respectivamente, que hacían posible el entendimiento entre tantas lenguas nativas y que, el aprendizaje de estas dos hablas por parte de los frailes, suavizó sus esfuerzos evangelizadores.
Volviendo al tema y, haciendo caso a los lingüistas y no a los sentimientos particularistas, advertir que prácticamente las singularidades gramaticales que se dan en la koiné y que, durante un tiempo han preocupado a los especialistas en el tema por su desviación con respecto al modelo románico ordinario, se encuentran casi en su totalidad en el vasco, y que estas peculiaridades que se dan en el habla euskérica tienen su repercusión en el español y, esto, se refleja tanto en lo fonológico como en lo morfosintáctico. Ya ha llegado el momento de hacer caso a las evidencias manifiestas y entenderlas, no como meras curiosidades, sino como pruebas de carácter objetivo. Al respecto en los años 80 el padre Villasante, a la sazón, presidente de la Real Academia de la Lengua Vasca, decía al respecto: “Acaso aquí hay una pista –está refiriéndose a una cualidad estilística en un místico de la edad de oro- para descubrir insospechadas relaciones, un tanto, profundas, entre las dos lenguas –español y vasco- que con frecuencia juzgamos un poco a la ligera como carentes de toda semejanza y parentesco.”
Otro rasgo interesante de esta variedad koinética es que esta lengua alcanzó -cierta normalización- antes de que los académicos se hicieran cargo de ella. Tan es así que se convirtió en instrumento de la cultura, tanto escrita como oral, en un territorio que pronto se extendió mucho más allá de sus límites originarios. Por ejemplo, cuando León redactaba su Fuero Juzgo –en leonés- ya se empleaba la koiné en versiones del “Libro de Alexandre” o en“Elena y María”. Mientras en Aragón los documentos públicos se redactaban en altoaragonés fuertemente influenciado, según las zonas, por el catalán o el vasco, se escribía en koiné el “Libro de Apolonio”, el “Poema de Santa María Egipcíaca”, hasta incluso el “Mío Cid”, también gallegos y valencianos hacen lo propio, unos lo emplean en la “Cárcel de Amor” de Diego de San Pedro y los otros, con Timoneda a la cabeza, en el teatro, hasta Gil Vicente (portugués) escribe sus obras en castellano. Y es que la koiné era empleada por los inmigrantes, los desarraigados, que buscaban una comunicación fácil y susceptible de ser entendida por todos y en todos los territorios, incluso en Al-Andalus. Y estos, quizás estos, que tenían que hacerse de nuevo todos los días en el encuentro con el otro y que muchos, ya lo hemos dicho, no eran ni nacidos en la península (franceses, alemanes, provenzales, italianos. . . atraído por el Camino de Santiago y las ciertas “libertades” que en otros lados el feudalismo impedía) sean en verdad los primeros españoles.
No obstante, en aquella época, por la palabra español eran conocidos, para francos y provenzales, todos los habitantes de la península. Esta designación fue reconocida por el Fuero de Jaca para dar nombre a los habitantes del valle del Ebro –home d’Espanya- en contraposición a los montañeses de Tudela, Zaragoza y Logroño.
Lo que sí que es cierto y esto, por pura lógica, no se puede negar, es que el concepto de España, en sí mismo, es algo que de difícil forma podían aceptar aquellos que por nacimiento estaban adscritos a un reino concreto. . . ellos, sus padres y sus abuelos. El concepto de España, volvemos a decirlo, nace entre los desarraigados, entre aquellos primeros “anarquistas” en los que, con un sentido nuevo, en el que lo universal estaba por encima de lo particular, crecía la posibilidad de ser siendo. . . de estar estando. . . ser y estar. El concepto de España nace de la utopía, de conquistar algo que hasta entonces políticamente no había existido, de algo que como novedad aparecía y se hacía cada día y, donde, lo ya hecho, no era el fin sino un nuevo comienzo. . . semilla que floreció en la mente de estas gentes que forjaron un futuro basado en el internacionalismo y la hermandad. Y estos hombres para expresarse escogieron aquella koiné que adquirió heredad, allá en tierras Riojanas, en Suso y Yuso, en San Millán de la Cogolla, en las “Glosas Emilianenses y Silenses” que Gonzalo de Berceo, vasco parlante, selló para la tierra, tomándolo desde las azules cielos de una España que desde Ellos quiere ser, cerca muy cerca de donde sitúan el Castillo del Grial etérico.
El español no nace, su voluntad es universalista, en el entorno -como lo hacen los otros idiomas peninsulares- de un territorio que da nombre a una lengua, ni tan siquiera alrededor de una etnia, la comunidad se hace en el ecosistema que crea el encuentro en esa nueva forma de expresión. . . de comunicación. . . libremente adoptada. . . nace y se hace cada día. . . cada instante. . . La sorpresa que aparece es que esa lengua en principio no sujeta a reglas –normas que aparecen con Alfonso X el Sabio- fuera capaz de crear una literatura popular inexistente en otras zonas donde la koiné era ausente y, contrariamente a lo que se ha hecho creer, hasta en zonas no castellanas.
El mismo Felipe II, absolutista y uniforme donde los haya, en asuntos lingüísticos así se manifestaba: “No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural, más se podrán poner maestros para los que voluntariamente quieren aprender la castellana, y se dé orden como se haga guardar lo que está mandado en no proveer los curatos sino a quien sepa de los indios.”
Además, ni que decir tiene, que resultaba descabellado llevar esa intentona a territorios como Flandes o Italia donde la supervivencia, sin llegar a esos límites, ya era precaria. La aspiración unificadora debe de quedar claro, de una vez por todas, no era lingüística, era política, religiosa y económica. Para muestra este cartel que se colocó en 1531 en la bolsa de Amberes: “in usum negotiatorum cuiuscumque nationis ac linguae.” Y es que no hubo ni una sola alusión a este problema, el de las lenguas, ya que este tipo de unidad jamás fue contemplada. Ni una sola medida salió en esta línea de las instituciones. No les importó mucho a las oligarquías castellanas... No les tembló el pulso, en ese domino eran indiferentes, cuando el centro de gravedad lingüístico se desplazó hacia el S. o el E., a las pruebas me remito, los hermanos Argensola vendrán de Aragón a enseñarles castellano a los naturales de Castilla. El mismo Lope reconoce que el teatro nacional se gestó en Valencia, a la sombra de la koiné catalana y que, Elio Antonio de Nebrija, desde Andalucía, suministrará las normas lingüísticas que se van a exportar al nuevo mundo.
La lengua compartida pasa a ser de los otros, y –por tanto- comienza a aborrecerse. El yo y tú, tan proclive en la piel ibérica, se confirma y la avenencia se torna en discrepancia. Y es que en esta situación topamos con un serio problema: la condición de español, por nacer en una península que desde tiempo inmemorial se llama España, es compartida por todos los habitantes de la península; más la lengua, por el lugar de nacimiento no. Y esto es algo ante lo que nadie puede evadirse, es una realidad innegable. Como lo es que en la koiné vive la idea, cuando sin violencia es comúnmente aceptada, de universalidad y de unión entre la diversidad. El Genio de la Lengua depositó en tierras riojanas (Gonzalo de Berceo, Glosas Emilianenses y Silenses) el órgano de unión, gracias al cual los españoles se encuentran. . . por eso. . . ese corazón. . . ese pulmón donde España puede al respirar ser. . . es de todos. . . Nadie puede adquirir sobre él título de propiedad. . . es un don de los dioses ofrecido y como tal donación no admite exclusividad. . . es de todos por igual. . . Pero escuchad. . . escuchad estas palabras. . . “el nacionalisme català, que mai no ha estat separtista, que sempre ha sentit intensament la unió germanívola de les nacionalitats ibèriques dintre de l’organització federativa, es aspiració enlairada d’un poble que, amb consciencia del seu dret i de la seva força, marxa, amb pas segur, pel camí dels grans ideals progressius de la humanitat”
Y si os dijera que estas palabras son del mismísimo Prat de la Riva, ¿os lo creéis?, ¡pues si!, se pueden encontrar en su libro “La nacionalitat catalana” –texto muy comentado, como en el caso del de Sabino Arana, pero por pocos leído- y, si hacemos caso a ellas, el señor de la Riva no era separatista, era federalista. Si bien el paso a dar por este país de países en la actualidad, aunque, quizás el federal hubiera sido uno previo, creo sinceramente que ya no lo es. . . las formas que aquí tienen que aparecer, no preguntármelas porque es trabajo de todos el crearlas, tienen que ser completamente nuevas y no pueden llegar, el pasado está enfermo, más que del futuro.
Antonio Martínez Alcalá